Hace tan sólo unas semanas que anunciábamos los viajes que preparábamos para verano a Estados Unidos, Irlanda e Inglaterra, y ya tenemos de vuelta a los primeros chicos y chicas que marcharon a Dublín. Hemos hablado con ellos a la vuelta, y hemos sentido envidia, mucha mucha envidia. No hablan, sólo se miran, algunos, la mayoría, lloran cuando se despiden, crean un grupo de comunicación en sus teléfonos, se emplazan para verse pronto, muy pronto...
Sí, los mayores sabemos que esa euforia tornará en hábito muy pronto, sabemos que será muy difícil que la vida mantenga en contacto a estas personas en unos años. Cada uno habrá tirado por su lado, pero les quedará algo mucho más importante. Permanecerá el recuerdo de una experiencia inolvidable que les habrá hecho crecer por dentro y por fuera y nosotros, y sus padres estaremos orgullosos, muy orgullosos de haber hecho posible que la vida se manifieste en carne viva ante ellos.
Los chicos a los que nos referimos han estado en Dublín durante quince días en los que han conocido la ciudad, museos, sitios emblemáticos, se han adaptado a las costumbres, han practicado deportes y, sobre todo, han dado utilizado el inglés como vehículo comunicador pasando muy buenos ratos y viviendo una experiencia de inmersión lingüística que nunca olvidarán.
Ya esperamos el regreso del siguiente grupo de chavales que marcharon a hacerse hombres y mujeres capacitados para el uso del idioma inglés, pero que marcharon además a darse cuenta de que el lenguaje sirve para abrir el mundo de par en par, para relacionarse unos con otros, para hacer amistad y para que ese mundo sea, por fin, un poco mejor para todos.